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miércoles, 30 de septiembre de 2015

La jungla 2: alerta roja, muchos tiros, muchas leches pero muy poca alma

Si en televisión se quieren empeñar en poner todas las películas de la saga yo recojo el guante y las voy viendo y haciendo crítica. Hoy nos encontramos con la segunda entrega, para mi la peor con diferencia de la trilogía original, y que está realizada para mayor gloria de John McClane/Bruce Willis y se olvida prácticamente de todo lo demás.
Salvo las dos más recientes, que he visto en el cine y aun no he vuelto a visionar, esta es la que menos veces me he sentado frente a la pantalla para disfrutarla. Poca cosa recordaba de ella pero es que no hay mucho que guardar en la memoria una vez se acaba así que no es de extrañar que sufriera esta amnesia selectiva.
No voy a decir que esperara una gran profundidad de guión y la verdad es que la cinta entretiene desde el primer minuto gracias al carisma y a la mala baba del protagonista, que se irá enfrentando e insultando con todo el mundo, bueno o malo, que se cruce en su camino. En ese sentido hay que reconocer que quienes estaban al frente del proyecto sabían qué había sido lo que había calado en los espectadores e hicieron uso y abuso de ello. 
El problema llega cuando todo lo demás está falto de personalidad y te tienes que agarrar al clavo ardiendo de las gracietas y piruetas de McClane en los numerosos tiroteos y no menos abundantes peleas a puño limpio —los héroes de acción de los ochenta y noventa reventaban a golpes a sus enemigos sin quejarse de sus manos casi— que hacen que el conjunto se vuelva repetitivo y quede muy lejos del primer film, donde al menos el jefe de los malotes le hacía algo de sombra a Willis. Aquí todo está pensado para su lucimiento y todo lo demás es tan secundario que lo mismo habría dado que la acción sucediera en un aeropuerto que en un centro comercial.
Es muy posible que gran culpa de todo esto la tenga la ausencia de John McTiernan, que si bien no destacaba por realizar películas cuyas tramas tuvieran una gran profundidad si que sabía conseguir que todo encajar con sentido y no resultara tan cogido por los pelos como lo son muchas de las situaciones que se nos presentan aquí. Salvo por el propio McClane, el resto de personaje pasarán sin pena ni gloria, únicamente destacando los cameos largos de Bonnie Bedelia como mujer de nuestro héroe y de Reginald Veljohnson que presta cierta ayuda desde la distancia.
Estamos ante una de esas secuelas que, sin ser innecesarias, si que dejan un sabor agridulce por lo que podrían haber sido y no fueron, echando en falta un guión un poco más trabajado y unos personajes que no sean meras comparsas o blancos en movimiento para nuestro protagonista.

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