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lunes, 10 de octubre de 2016

La Tribuna de Amanda: Un monstruo viene a verme

A lo largo de mis años como lectora me he encontrado con dos libros que me han aportado grandes lecciones de vida. El primero de ellos fue El Principito, el segundo Un Monstruo Viene a Verme. Son libros que habría que leer por lo menos una vez en la vida pero que, curiosamente, aunque se lean en más ocasiones siempre pueden ser reinterpretados de diferentes maneras.

Tenía gran confianza en la capacidad de J.A. Bayona para poder captar la esencia de este libro ya que a lo largo de su trilogía sobre madres e hijos, formada por El Orfanato, Lo Imposible y Un Monstruo Viene a Verme siempre ha sabido conmoverme con su manera de conectar con las emociones.

Aún con todo ayer entré con cierto temor al cine ya que muchas de las críticas tachaban a la película de “fría” y de no saber “llegar al público”. Lo que yo me encontré fue una cosa totalmente diferente; Me encontré con una película con grandes interpretaciones, destacando sobre todo la de Liam Neeson y Lewis MacDougall, también me encontré con una excelente producción a nivel visual pero sobre todo con una película que ha sabido captar la esencia que Patrick Ness quiso transmitir con su libro y que ha sabido volver a plasmar en el guión de este largometraje.

A lo largo de estas semanas se escribirán muchas críticas en las que se hablará de la fotografía, de la producción, de la música, etc. Pero yo sólo voy a hablar de aquello que conozco, las emociones humanas. Tengo que reconocer que lloré muchísimo durante toda la proyección pero me llamó poderosamente la atención el hecho de que la mayoría de personas de la sala no lo hacían y al salir empecé a preguntarme el por qué de esa reacción. Después de darle bastantes vueltas creo que la razón de esta frialdad del público no es porque la película no sepa llegar a ellos si no que más bien son ellos los que han puesto una barrera para que ésta no les llegue.

¿Y qué sentido tiene esto, diréis? Pues sencillamente porque el poder de nuestra mente es demasiado grande y además la mayoría de veces todas estas acciones pasan desapercibidas por nuestra consciencia. En la sociedad en la que vivimos cada vez hay menos cabida para la muerte. Estamos acostumbrados a hablar de muerte, pero de muertes heroicas, victoriosas, pero no estamos habituados a tener que mirar a la muerte cara a cara, a la muerte sin ningún tipo de artificio y es lo que J. A. Bayona nos pide que hagamos.


Durante la película no sólo somos testigos de la enfermedad de la madre de Conor si no que eso nos conecta inevitablemente con nuestras propias pérdidas, nuestros más profundos temores a tener que enfrentarnos a una pérdida así y, por que no, con los miedos a nuestra propia muerte. Esto no está nada de moda en nuestra sociedad. Cuando pensamos en la posibilidad de perder a un ser querido o en nuestra propia muerte la gente de nuestro alrededor suele recurrir al típico “no pienses ahora en eso”, “mejor piensa en otra cosa” y el resultado es este, la imposibilidad por parte de muchas personas de poder conectar emocionalmente con una película de estas características.

A través de las historias que el Monstruo cuenta a Conor podemos ir observando todos los sentimientos que se nos despiertan cuando tenemos que hacer frente a la pérdida de un ser querido: la negación, la rabia, el enfado, la soledad, el aislamiento, la tristeza. Cada historia surge en el momento necesario para que Conor pueda poner palabras a todo su sufrimiento. Ya que, como en la vida real, es necesario hacer todo un proceso emocional para poder llegar a la aceptación. 


La enseñanza de la película va mucho más allá, Conor se tiene que enfrentar con su verdad, que al fin y al cabo es la verdad de todos cuando nos vemos envueltos en una situación como la suya. Esa verdad no es otra que el deseo de que todo el dolor acabe, aunque con ello signifique que la pérdida se haga realidad, pero eso nos genera tanta culpa que, como Conor, somos incapaces de admitirlo. Esa verdad siempre la hemos sabido pero nosotros mismos la hemos disfrazado para evitar sentirnos culpables.

Decir adiós es la cosa más dolorosa a la que un ser humano se enfrenta y eso también nos hace pensar en el momento en que nos tocará a nosotros decir adiós, por muchos años que tenga la persona no deja de ser menos doloroso, pero es un dolor con el que hay que aprender a convivir porque, lamentablemente, va a estar siempre presente en nuestras vidas. Todo es un cúmulo de antítesis y no puede haber vida sin muerte aunque, tal y como dice la madre de Conor “Ojala tuviera cien años para dedicártelos”.

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