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viernes, 27 de marzo de 2015

AUDREY HEPBURN, UNA CARA CON ÁNGEL

Grácil y etérea son dos palabras que perfectamente podrían definir a esta actriz cuya mayor aspiración e ilusión era ser bailarina. Edda Hepburn van Heemtra nació en Bélgica en 1929. Su padre era un hombre de negocios irlandés con proyección internacional y su madre baronesa de una de las familias más respetadas de Holanda. Estudió Arte Dramático y Danza en Londres y Amsterdam. Se inició en el cine para sufragar sus clases de ballet en su empeño por llegar a ser prima ballerina. Tuvo una juventud muy complicada ya que la Segunda Guerra Mundial la pilló de pleno llegando a pasar auténticas penurias. Las restricciones que hubo durante la guerra la tocaron de cerca cuando ella tenía diez años y se prolongaron hasta la derrota de los alemanes en 1945, este hecho hizo que, como ella misma contó, la época en la que más y mejor necesitó alimentarse no pudiera hacerlo, llegó a padecer de desnutrición y anemia. De ahí su extrema delgadez y su débil y aparentemente poco saludable constitución.

A pesar de la presión a la que fue sometida para pertenecer a las juventudes hitlerianas tomó parte activa en la lucha antinazi llevando mensajes escondidos en sus zapatos y más adelante trabajó como voluntaria en un hospital de combatientes holandeses.

Su primer contacto con el cine surgió cuando un productor se acercó a la academia en la que ella cursaba sus clases de bailarina buscando una joven para interpretar un pequeño papel siendo esto una experiencia gratificante pero nada más. Su empeño y ya lo creo que lo puso era ser bailarina, sin embargo sus profesoras consideraban que su físico no la acompañaba, demasiado alta y demasiado delgada. Sin embargo pequeños papeles en el cine la llevaron a toparse con la obra "Gigi"en el teatro para el que recibió el papel principal y comenzaron a multiplicarse las ofertas. En cuanto finalizó la gira con la obra de teatro ya la estaban esperando para su papel más importante quizás y por el que se llevó un Oscar, "Vacaciones en Roma".



Aquello que en un principio parecía ser un enorme handicap, se convirtió es su mejor aliado, su aspecto débil y delicado y sus enormes ojos la llevaron al final a conquistar la pantalla. Y llegó "Sabrina" imponiendo con ella la moda del pelo corto, la extrema delgadez y los zapatos sin tacón, desplazando completamente a todas las actrices voluptuosas del momento.
En 1954 contrajo matrimonio con Mel Ferrer, actor y director, y para rodar su siguiente película "Guerra y Paz", puso como condición que su esposo recibiera un papel en el film, por nada del mundo quería separarse de él. Ains qué bonito es el amor y estar enamorado.


Trabajó junto a Fred Astaire en "Una Cara con Ángel", musical en el que por fin pudo mostrar sus dotes como bailarina. O con Burt Lancaster en "Los que no Perdonan" hasta llegar a una de sus películas más emblemáticas, "Desayuno con Diamantes" en la que mi esposo el Sr. Purgatorio cayó rendido a sus pies. Esta película se la vio él solito (era cuando aún no se había atrevido a pedirme en matrimonio) y naturalmente hizo crítica, abajo os dejo el enlace por si deseáis leer su opinión.


Catorce años más tarde se rompe su matrimonio con Mel Ferrer pero vuelve a casarse un año después con un profesor de psiquiatría nueve años más joven que ella, llegando a enamorarse como una colegiala. Se retiró del cine dedicándose en cuerpo y alma a sus hijos y a su marido. Pero las cosas no siempre salen como uno sueña y su esposo italiano, comenzó a divertirse sin ella así que decidió volver al cine protagonizando tres películas. Después de su segundo divorcio y la muerte de su madre decide que es hora de hacer algo por los demás y decidió unirse a UNICEF viajando por tierras inhóspitas por el tercer mundo ayudando a niños pero sus fuerzas que nunca fueron poderosas la fallaron y lo que en un principio parecía ser una infección tropical resultó ser un cáncer de cólon. Falleció mientras dormía un año más tarde en 1993 a la edad de sesenta y tres años.

Tuvo una gran influencia no solo en el cine sino en la moda y ella misma dijo que quien quisiera parecerse a ella debería comprarse unas gafas grandes, unos cuantos vestidos sin mangas y cortarse el pelo. Me encantan esas gafas, gafas estilo Audrey Hepburn.

El enlace prometido:

sábado, 11 de octubre de 2014

Desayuno con diamantes. El glamour hecho mujer.

Es tantísimo el cine clásico que tengo pendiente, que me es siempre difícil decidirme sobre cuál es la siguiente película a ver.
Teniendo a varias chicas entre mis seguidores que siempre hablan entusiasmadas de "Desayuno con diamantes" y de cómo, de una u otra manera se sienten identificadas con Audrey Hepburn, ayer decidí casi sobre la marcha saldar esa cuenta pendiente.
He de ser sincero y reconocer que, en cuanto Holly/Hepburn se bajó del taxi empecé a enamorarme de ella, no sé si del personaje, de la actriz o de ambas, y ese sentimiento fue creciendo a lo largo del film. Quizá la melodía de "Moon river", genialmente interpretada más tarde por la actriz, tenga parte de culpa.

Holly es todo ternura e inocencia, incluso en los momentos más duros y dramáticos, un animal salvaje, como la definen en la película, que quiere vivir, experimentar sensaciones y ante todo huir. Una huida imposible, pues huir de uno mismo, como bien le dice Paul/George Peppard, cerca del final, es un camino inútil y agotador.
Es precisamente Peppard quien falla estrepitosamente en esta historia con más drama que comedia, aunque hay mucho humor absurdo y, también, algo de humor enternecedor cuando ambos pasan el día juntos celebrando el "éxito" del escritor. Y falla porque en muy contadas ocasiones a lo largo de la cinta termina de cuajar, de encajar en el personaje. Es como si Hepburn fuera una bombilla de cien vatios que no baja su intensidad en ningún momento y Peppard una de sesenta con picos ocasionales en los que sube su rendimiento para volver a caer otra vez.
La sublime e inolvidable música de la mano de Henry Mancini ayuda, como en todas las grandes películas, a hacerla aun más grande y a emocionar con el simple hecho de escucharla. El arte es inmortal al fin y al cabo y aquí Mancini creó una de las más hermosas obras, galardonada con dos Oscar, que no es imprescindible para darle el justo valor pero que es un signo más de su calidad.
Hablando de premios de la academia, supongo que hubo mucha competencia aquel año, pero no comprendo que Hepburn no fuera ganadora en la categoría de mejor actriz. Tendré que ver al resto de competidoras porque debieron estar inmensas también.
Una película elevada por la interpretación de Audrey a los anales de la historia del cine, pero lastrada por un George Peppard que, no sé si por falta de registro o por otras causas, no consigue estar a la altura de las circunstancias en casi ningún momento. Aun así, una obra sobresaliente y de obligado visionado.