Segunda vez en menos de un mes que voy a ver una película sin saber casi nada de ella, salvo la pequeña sinopsis que circula por la red, y segunda vez que salgo gratamente sorprendido. La anterior fue Snowpiercer.
Una de las cosas que me gusta de vivir en Madrid es que, películas como esta, me sería casi imposible disfrutarlas en el cine en la mayoría de la geografía patria.
Me acerqué a los Renoir de Princesa con cierto miedo en el cuerpo, porque había leído mucho bueno de este film, porque verla en hebreo subtitulado se me hacía muy cuesta arriba y, por qué no decirlo, porque cuando en el cartel hay una frase de alguien de renombre, en este caso Tarantino, diciendo que es la mejor película del año, me da como mal rollito, como que la probabilidad de decepción es más grande.
Por suerte para mi, la gran banda sonora a cargo de Haim Frank Ilfman, me cautivó desde el primer minuto del metraje, con uno de los mejores inicios que recuerdo, sin diálogos, sin efectos de sonido, solo la genial música y las imágenes que te atrapan de inmediato.
La trama no es novedosa, pues las películas con psicópata incluido son algo más que recurrente ya en la historia del cine, pero lo que si es diferente es la manera de contarlo, con humor casi de principio a fin, a caballo siempre entre lo surrealista y el humor negro que es lo que impregna casi cada línea de diálogo.
En ese sentido podéis reíros o sonreír mucho con esta película, siempre y cuando, soportéis las numerosas escenas de violencia, unas con la cámara más alejada y más soportables, y otras muy explícitas y que te meten el mal rollo en el cuerpo. Los momentos previos a estas partes destilan también esa mala leche que usan los directores para buscar la risa del espectador a lo largo de todo el metraje, lo cual te distancia un poco de lo que vas a ver a continuación y lo hace más llevadero.
Las actuaciones, teniendo en cuenta que desconozco por completo a los actores y al cine Israelí en general, me parecieron muy correctas. No son actores de la talla de los que pudimos ver en "Prisioneros", película en la que piensas inevitablemente al ver esta cinta, pero resultan creíbles. Destacaría por encima de todos al que encarna al profesor de religión, sospechoso de los asesinatos. Los momentos entre el padre y el abuelo de la niña son épicos.
Lo que nos deja claro una vez más la oscura trama de este film es que en ocasiones, el hombre ha de convertirse en un lobo para mantener a raya a otros lobos, y entonces el fin justifica los medios.
Sé que siempre digo lo mismo, pero como me gusta repetirme más que el ajo, Big Bad Wolves demuestra una vez más que con ideas y ganas, se puede hacer cine que entretiene aunque sea con recursos limitados... Porque, lapidadme cuanto queráis, pero yo al cine voy a que me entretengan contándome una historia y Aharon Keshales y Navot Papushado, directores y guionistas de esta pequeña joya del humor negro me han entretenido y mucho.
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