domingo, 16 de agosto de 2015

Carretera al infierno, cuando aceptas hacer un remake y tu carrera se va al garete

Me imagino que cuando aun no has rodado tu primer largometraje y surge la posibilidad de coger una idea de los ochenta y actualizarla, con teléfonos móviles y esas cosas, la tentación es muy grande; por desgracia para Dave Meyers, director del film que analizamos hoy, la leche que te puedes dar puede ser pequeña comparada con las que metía Stallone en la saga "Rocky". Empiezo así la entrada de hoy porque este director, al menos que conste, no ha hecho nada más después de esto y hace ya ocho años.
Es posible que en su momento yo viera la original cuando alquilaba mucho cine en el videoclub que no era adecuado para mi edad, como hacíamos la mayoría en los ochenta —es curioso que nosotros nunca hemos salido a matar a nadie ni somos violentos, ¿será que la culpa no es de lo que se ve sino de cómo te educan?— pero si es así no tengo ningún recuerdo de la cinta de hace casi treinta años, sin embargo, eso no me impide pensar que seguramente si se comparan ambas, esta salga aun más perjudicada de lo que ya sale de por sí.
Hablando de la más actual es como si cogieras "Aun sé lo que hicisteis el último verano" y lo mezclaras con las leyendas urbanas de autoestopistas y la cosa empezara interesante pero luego se fuera convirtiendo en un "pero qué me estás contando". Porque la verdad es que la primera media hora, sin ser maravillosa, es interesante; quizá sea debido a que Sean Bean pone toda la carne en el asador durante ese primer tercio del film y realmente te mete un desasosiego en el cuerpo que no es ni medio normal.
Por desgracia para nosotros, espectadores, es que en cuanto empieza todo el rollito de las pesecuciones, los gritos y la sangre, Bean empieza a perder peso y todo se va hundiendo de manera progresiva hasta acabar resultando ridícula en la mayoría de las situaciones que se dan.
Como thriller desaparece en cuanto empieza el intento de slasher en que se convierte esta broma de mal gusto en la que da penita ver cómo desaprovechan a Sean Bean una vez superado el tercio inicial. Otras veces he hablado de este tema, incluso no hace mucho con Tucker & Dale contra el mal, y la filmografía posterior de Meyers, inexistente, y de los chavales demuestran que si no se pone algo más de alma y de intentar diferenciarse, aunque eso sea muy complicado, una ópera prima pésima puede lastrar a todos los que en ella participan. Olvidable e innecesario remake.

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