Una de las películas más esperadas del año, al menos por el gran público, es esta fantasía gótica que Guillermo Del Toro ha decidido rodar para su regreso al cine después de estar ocupado con "The Strain", serie que se basa en una trilogía de novelas escritas por el propio director. He de reconocer que era también de las que más ganas tenía de disfrutar en la gran pantalla, porque si algo sabe hacer este realizador es atraparme con sus ambientaciones, como lo hace también Tim Burton.
La forma en que se nos muestran las apariciones y otros sucesos escabrosos son marca de la casa, pues Del Toro es, como King en la literatura, un maestro de lo truculento, plasmando muchas cosas de manera que te asquean y fascinan casi por igual, como pasaba en "El laberinto del Fauno". En ese sentido hay unas cuantas tomas muy explícitas que quizá puedan dejar un poco tocados a los más sensibles, aunque de manera puntual y sin recrearse.
Desde el principio nos sentimos transportados a aquella época, tanto por el trabajo de vestuario —qué difícil tenía que ser dormir a gusto con esos camisones— como las localizaciones, con el culmen que supone la casa que se sitúa en la cumbre que da nombre a la película.
Nos encontraremos con una historia de fantasmas a la antigua, tan a la antigua que parece que el desarrollo de la trama pudiera estar calcado de cualquier película o serie anterior que haya tratado ya el tema. Ese es el gran problema de la cinta, que no consigue sorprender en ningún momento y encima recurre a los sustos fáciles, basado más en impactos de sonido que en crearnos una desazón real antes de cada presencia que se manifiesta en la casa. En ese aspecto esperaba algo más la verdad.
Si los aspectos técnicos son lo más destacable, no le anda a la zaga el trabajo del trío de protagonistas, con una Jessica Chastain que va de menos a más, convirtiéndose al final en la verdadera protagonista aunque no lo sea. Tom Hiddleston sigue demostrando que, a pesar de no tener tan buen cartel como otros ni mover los ánimos femeninos con la misma intensidad que los galanes de moda del celuloide, está a la par o incluso por encima de alguno de ellos. También bien aunque a distancia de sus compañeros tenemos a Mia Wasikowska, cuyo personaje, al igual que su actuación, va sufriendo altibajos.
Estamos ante una buena película, un ejercicio estético de altos vuelos que, posiblemente, pueda incluso estar nominada en alguna de esas categorías en los premios que están por venir en los próximos meses pero que peca de simplista en su desarrollo y desaprovecha una magnífica ambientación limitándose a meternos el miedo en el cuerpo de manera efectista.
Estéticamente tiene pinta de ser preciosa.
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