Ayer fui al cine con sentimientos encontrados, por un lado la tristeza de saber que iba a ver la última película de Hayao Miyazaki, que ha decidido retirarse, pero también la felicidad de poder ver por segunda vez una película de este genio en el cine (Ponyo fue la primera).
Los primeros compases de la película y de su excelente banda sonora ya te atrapan sin remisión y los colores que rodean la vida y los sueños de Jiro se muestran sublimes ante nuestros ojos.
El joven sueña con volar, con ser piloto, pero su miopía le impedirá cumplir ese objetivo, pero no el de cambiar la historia de la aviación de su país, Japón, como ingeniero aeronáutico. Aunque si somos sinceros, a Jiro la historia, la guerra no le importan demasiado, su afán es diseñar y construir aviones.
Como siempre en el cine que nos llega del país nipón en general, y en el de Miyazaki en particular, la naturaleza y la madre tierra están muy presentes, lo cual apreciaremos en las escenas que se desarrollan durante el terremoto que sorprende a Jiro, poco después de conocer a Nahoko, y en cada vehículo o artilugio que veamos funcionando. Todo ello irá acompañado de sonidos que nos transmiten la vida que hay en todo, incluso en los objetos inanimados.
La trama se desarrolla a lo largo de una época convulsa y muy dura en Japón con la Gran Depresión, la epidemia de tuberculosis y la entrada de Japón en la Segunda Guerra Mundial, pero pese a ser una obra dramática también lo es de sueños y esperanza, plasmados sobre todo en los momentos oníricos, los sueños de Jiro, acompañado casi siempre del diseñador aeronáutico italiano Caproni, que le ayudarán en su búsqueda de ese avión que marque la diferencia.
Miyazaki también nos dará un respiro y nos hará sonreír y emocionarnos con la historia de amor entre Jiro y Nahoko, bellísima en todo momento.
Todo el apartado técnico, visual y sonoro rozan lo sublime, con esos cuadros en movimiento que nos brinda en muchos momentos de sus películas el director japonés, plenos de detalles y de las cosas más cotidianas. Ese niño pequeño dormido con la boca abierta; esas personas casi hacinadas en el tren sin ninguna sonrisa que ofrecer, pero con los sentimientos a flor de piel; esas conversaciones en segundo plano que te invitan a imaginar quiénes serán esos personajes, ¿amigos que no se ven hace tiempo, amantes que empiezan a conocerse? Todo es posible.
Hayao Miyazaki se ha decidido, con lógica, por una de las obras más personales que podía brindarnos para su despedida, plasmando sucesos que no vivió en primera persona pero que marcaron a su país y a la generación previa a la suya.
Después de verla es posible que nos quedemos con ganas de que la despedida hubiera sido con una cinta más alegre, pero "El viento se levanta" nos transmite durante todo el metraje que siempre hay esperanza y que la vida se debe vivir día a día y creyendo que los sueños se pueden hacer realidad.
Conocí a Hayao con "El viaje de Chihiro" y he disfrutado enormemente de sus películas, salvo "La princesa Mononoke" que necesito revisionar porque en su momento me dejó bastante frío. Por suerte para mi aun no he visto toda su filmografía así que su última película no lo es para mi.
Las habrá mejores, pero para mi "la película" de este genial director siempre será "Ponyo", porque no podía evitar ver a mi hija, Laura, en cada gesto y en ese entusiasmo que la protagonista nos transmite a cada momento, y porque fue la primera que mis niños vieron (perdí la cuenta de cuantas veces la visionamos juntos).
Si os gusta el cine, la proyectan donde vivís y queréis ver cómo un director se despide a lo grande, no lo dudéis, vale cada céntimo de la entrada.
Y ya sabéis, "El viento se levanta, hay que intentar vivir" ;)
Nota: 9